viernes, 29 de diciembre de 2017

Camino tauromaquia


Sin cálculo
apenas mamíferos
embestimos y sudamos gota gorda
trémulos miembros se trenzan
¿nuestra arena? laberíntica

Hernias y surcos de costras
testimonio histórico en círculos
masticando lo ya digerido
¿nuestra meta? la perpetua
de quien va durmiendo erguido:

Calmar erupciones cutáneas
cauterizando a lamidos
¿nuestra ofensa? repetida
a contraer nuevos brotes
volviendo en derrota a la semilla.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Coronaria a la luz de geranios



A sorda luz de geranios
nuestro letargo germina
sopores propios del músculo
que tras luchar se distiende
¡qué tiempos estos, Carótida!

En memoria recurrente
cada segundo almacena
sus húmedas instantáneas
a colmar mis ilaciones
qué tiempos estos, Aorta.

martes, 12 de diciembre de 2017

El asombro


Una tarde en contemplación médica
con retazos de cámara ocular
trae consigo la inmovilidad precisa
para estudiarnos
tarea recién a medias realizable
y que al aparecer en escena
hace tanto tiempo nuestro atrás
fue imposible a todas luces
en pleno big bang del asombro

Auscultándonos, ceños adustos
conservando en ayunas los cuerpos
son carne, erupción y folículos
accidentes epidérmicos, texturas
los que hoy cobran denominación
me pregunto pronto y sé entonces
que el asombro sigue haciendo esta tarea
imposible a toda luz: solar, eléctrica, de estrella
la oscuridad tampoco lo ciega.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Continuidad y asombro



No deja de encandilar mi memoria aquella película de Jaco Van Dormael en la que, tras décadas de trance criogénico, Nemo despierta en un futuro donde médicos ansiosos lo interrogan sobre su vida. Con las arrugas y la palidez que sólo más de cien años pueden derramar sobre el rostro de un hombre, nuestro protagonista pierde la ilación de su propia historia al modificar las decisiones que tomó -o fueron tomadas por él- de la misma forma que otros maquillan los sucesos sin intención y con notable convencimiento.

Acerca de la poca fiabilidad de nuestros recuerdos, leí que la vida humana se asemeja más a una película que a un documental. Somos directores involuntarios en un eterno despertar que retoca la memoria tras cada noche de sueño mediante la aplicación de filtros, la supresión e inclusión de escenas, y los efectos especiales. Así, los bordes filosos se redondean amables y cálidos, acaso con hitos placenteros que cobran nuevos sufrimientos para satisfacer nuestra búsqueda de antagonismos.

Hoy la escena es real porque sucede ante mis propios ojos, ante los embates del clima que aparecen fielmente capturados en cada fotograma, siempre matizados con espasmos de risa blanca. Aunque pesa tanto el material sin editar y busco dónde poner y quitar segundos, minutos, no me atrevo a intervenir en el desenvolvimiento de la obra porque cada sobresalto ha sido compensado sin falta con el abrazo del arte.

La película que nos encontramos produciendo es siempre nueva, omnipresente, desconocida. Guarda el encanto de las primeras impresiones, los primeros besos y la imposibilidad lógica hecha materia. Se me ocurre que podría ser esta inmunidad a la pérdida del asombro la que vuelve tan vivos los colores. Nunca más entonces al blanco y negro, tampoco a los sepias en futuras escenas porque una suerte de impresionismo yace satisfecho haciendo gala de su desnudez mientras se expande para llenar cada toma. Es una deidad humanizada como los dioses griegos.

Por más que la criogenia sea algún día capaz de llevarnos hacia un futuro insospechado en el que nuestra obra sea objeto de fascinación colectiva, siempre diré que no a las invasiones antinaturales que otros seres humanos conciben en laboratorios. No sería nuestra película un ente tan singular si no fuese producto de nuestros delirios más espontáneos. Quien deba ser espectador de nuestro atrevido emprendimiento esperará a que el ciclo de la naturaleza la deposite en madurez de pulpa y cáscara, habiendo caído del árbol a su tiempo: sin prisa y sin arrancarse, aunque con la promesa de envenenar a quien la muerda.

martes, 5 de diciembre de 2017

sábado, 2 de diciembre de 2017

Motores


Nébula que todo aspira
Cuánto pesar cuánta lava
Ceniza volcánica tose
Estruendo elegí no por dicha
Sino porque me ensordece
Apaga cualquier otro ruido
Los cinco sentidos despiertos
Sólo hay paz en total cese
En la sobriedad más clara
Y en el jugarse la vida
Buscando el mayor silencio. 

Galope


A lomo de amada bestia
veo que sonríes
irradias por las mejillas
serotonina
dopamina
corriéndote por el pecho
catarata en burbujas
alimento

Y yo, falda de montaña,
merced de tu trayectoria
concentrado
recluido
contemplando aros solares
te sostengo.

Fiat aqua


Descascarando el rosario
que tus vértebras forman
acuarela de organismos
trenzados en mataleones
te plasman ósea pangea
anudándose en tus óleos
enredándose en cabellos
saciando el hambre del amo
hidratándose y comiendo


Omóplatos y costillas
se cierran de pronto en alas
diríase que hoy despierta
el universo en sus ondas
mientras las aguas irrumpen
distribuyendo caudales
es tu última cena entonces
este cauce cuaternario
que arrasa con su descenso.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Desembarco


Serpentean
en atemporal arrastre
mis dedos y palmas

Carne inerte:
sólo en tus ojos hay vida

Recibes, acoges,
diría soportas si no contestases
siguiendo con ímpetu mi desembarco

Ondulaciones apenas
perceptibles al ojo humano

Una vez injertos
en deslizamiento y raíces
tu inercia responde

Giros de caracol que enervan
rieles hacia el cadalso

No hay retrocederes
en mí que escapen
a tus piernas depredándome

Oxitocina en los brotes 
corola en aguas volcánicas

Las palmas, vaivenes
son puños que se blanden
y tú resucitas.