martes, 14 de agosto de 2018

jueves, 9 de agosto de 2018

Alaska 202: La venta de garage de Sadie


Recuerdo que llovía como llueve en Bear Creek. Es decir, parecían olas en lugar de gotas. Luchábamos así por armar un toldo para la venta de garage de Sadie.

No solo eran los ojos de Sadie inmensos y celestes como los de aquellas vírgenes del Renacimiento, sino que su cuerpo era el de una bailarina de ballet, pero con piernas voluptuosas. Llevaba siempre una larguísima trenza rubia que golpeteaba por todas partes cuando la llevaba en la moto. A mí me dejaba con la boca abierta. Acaso el único detalle que me despertaba del trance de contemplarla eran las marcas que llevaba en el rostro, aunque siempre disimuladas por el maquillaje. Esa tarde, sin embargo, la lluvia se había encargado de sacarlas a la luz. Riley, novia de Wyatt -la terrible pelirroja- me dijo que los adictos a la metanfetamina se rascan todo el cuerpo de forma frenética y se hacen heridas.

-¿Pero lo que Sadie consume no es heroína? -le pregunté.
-Todo -murmuró ella a manera de respuesta mientras bajaba de la camioneta cargando los tubos para armar el toldo de la venta de garage de Sadie. Yo no entendí a qué se refería:
-Todo qué.
-¡Consume de todo, pues, idiota!

Una de las razones que vuelven a Alaska radicalmente distinta de los “48 de Abajo”- como se refieren despectivamente los alasqueños a los demás estados- es la ausencia de corrección política. Los alasqueños hablan muy poco pero jamás se callan la boca. Así, nuestro amigo negro era “el negro de mierda” (the fucking nigger) y el nativo alasqueño era “el indio hijo de puta” (the Indian sonuvabitch). Yo era “el peruano conchesumadre” (the mothafucking Peruvian). A Wyatt, Riley y Sadie -nuestros amigos blancos- yo los llamaba the fucking crackers, algo así como “los blancos de mierda”. (Cracker es el equivalente blanco de nigger). Durante toda mi estadía en Bear Creek, me encargué de buscar en Internet todos los insultos, memes y estereotipos sobre blancos habidos y por haber -el nativo y el negro me ayudaron- para estar a la altura de las circunstancias. Y es que todas esas cosas que los americanos de los “48 de Abajo” jamás se atreverán a decirte, los alasqueños no solo te las gritarán en la cara sino que esperarán a que les contestes igual. Se reirán entonces contigo y te invitarán a sus casas, donde te darán de comer, te contarán historias, te ofrecerán una cama donde dormir y se desvivirán porque que tengas todo lo necesario para sentirte a gusto. En Wasilla, una profesora botó a su hijo mayor de la casa por una noche para que yo pudiese hospedarme en su cuarto. “Si necesitas su computadora, úsala nomás, que la tiene sin contraseña”. Su esposo y ella me despidieron a la mañana siguiente con un desayuno que más parecía un banquete, y así me sucede cada vez que visito aquellos pueblos. En otras palabras, son algo así como limeños al revés.

Mientras armábamos el toldo para la venta de garage de Sadie, ella nos contaba sobre Jacob, aquel chico ojos de gato con quien había pasado la noche. No era tan guapo como Cooper, ni mucho menos como Hunter -el grandote que acababa de dejarla en la moto- pero ella jamás había visto pectorales tan bien definidos. Se sentían encima “como ladrillos”. Ni siquiera Will, con quien compartía un tierno beso en su foto de perfil de Facebook, tenía un cuerpo así, y eso que era el chico más deportista que ella había tenido (con excepción de Patrick). Recordé entonces lo acaramelada que la había visto con Ron -nuestro amigo negro- hacía apenas un par de días, y ya me confundí. No pude más y le pregunté:

-Sadie, no entiendo. O sea, ¿cuál de todos es tu novio?
-¡Will, pues! -contestaron todos al unísono. (Esta vez no me dijeron idiota pero lo vi en sus caras). A Wyatt se le cayeron los anteojos y nos maldijo a todos por distraerlo. Sadie no hacía sino repetir lo bueno que había estado Jacob.
-¿Y por qué se acuesta con todo el mundo? -pregunté al grupo.
Riley contestó:
-¡Porque es una puta!

“¡Bienvendido a Alaska!” hubiese sido también una buena respuesta, aunque no nos hubiese hecho reír tanto. Pero Riley permanecía seria. Obviamente, al ser del mismo pueblo (Bear Creek no llega a los dos mil habitantes), Wyatt había tenido alguna vez algo con Sadie. Esto es bien común en Alaska: todos han estado alguna vez con todos. Y aunque Riley y Sadie eran mejores amigas y habían nacido en un rincón del mundo donde no puedes darte el lujo de ser celoso, era obvio que el límite hasta donde la amistad llegaba era precisamente Wyatt.

Riley me contó entonces sobre la seria conversación que las mejores amigas se vieron forzadas a tener una vez a raíz de un ambiguo comentario de Facebook que Riley prefería no recordar:

-A Wyatt tú no lo miras y a Wyatt tú no lo tocas. A Wyatt tú no le escribes huevadas en Facebook. ¿OK? Tienes mil imbéciles que pasan por tu cama. ¡A todo el mundo te cachas, Sadie, y ese no es mi problema, pero a Wyatt tú no lo miras y a Wyatt tú no lo tocas! ¡A Wyatt tú no le escribes huevadas en Facebook! Si tú me haces eso a mí, Sadie, sería solo por joderme, porque no tienes ninguna necesidad de hacerlo. Todo el mundo sabe que eres perra por naturaleza, igual que tu madre, pero tampoco vale ser tan perra.
-Ya, ya te entendí, Riley, nunca haría nada que...
-¡Cállate el hocico y déjame terminar! Tú le abres las piernas a Wyatt y yo te juro que te rompo todos los dientes. Yo voy a buscarte y de mí no vas a poder esconderte. Tú me conoces y sabes que yo te encuentro, Sadie, y no me importa putamadre irme a la cárcel con tal de reventarte la cara. ¡Puta de mierda! ¡es lo único que tú sabes hacer: ser puta!

Llevábamos ya horas y seguíamos sin poder terminar de armar el toldo para venta de garage de Sadie.

-¡No puede ser! -dije- ¿entre seis no somos capaces de armar un maldito toldo para la venta de garage de Sadie?
-La última vez que tratamos de armar un toldo -contó Wyatt- terminamos agarrándonos a puñetazos entre todos.
-Eso fue para el matrimonio de la mamá de Erick -recordó Riley ahora con la más dulce de las sonrisas en sus labios. Fue la única vez que vi a Riley más bonita que Sadie, acaso porque nunca sonreía y esa era justo la expresión facial que le quedaba mejor. Con la belleza súbita de una escena de comedia romántica en sus ojos pardos -el viento le hizo volar los cabellos rojizos- miró a Wyatt masticando su Trident, fascinada como si recién en ese instante se estuviese enamorando a primera vista.

En realidad todos teníamos buenas excusas para no ser muy eficientes. A Wyatt se le habían roto los anteojos al caerse de la escalera de mano y le dolía la cabeza porque era bien miope. Arthur -el nativo- había tomado demasiado y el subirse a la escalera lo mareaba. Se había emborrachado con Wyatt la noche anterior y quizá por eso también el dolor de cabeza.

-Eso me pasa por tomar con este blanco de mierda.
-Cállate, indio salvaje hijo de puta conchatumadre.
-Te rompo el culo, homosexual, chúpamela.

Arthur era el único que prefería los insultos sexuales en vez de los racistas. Cuando me quejé de que no podía trabajar con semejante lluvia, su comentario fue:

-Dijiste que eras peruano, no gay.

Ron venía recuperándose de una cirugía a la columna, así que no era de gran ayuda. Yo me esmeraba por colaborar pero soy torpe por naturaleza y jamás en mi vida había intentado armar nada sobre una escalera de mano en pleno Diluvio universal (los alasqueños estaban tan acostumbrados que parecían ni mojarse). Y la excusa de Sadie es que era Sadie, así que parecíamos todos condenados al fracaso.

Al caer la noche, por fin Sadie, trepada en la escalera de mano, logró empalmar los dos últimos tubos con un ¡clack! que sonó a victoria. Yo mire hacia arriba, y al ver su rostro alegre a contraluz con la luna -ahora se mordía los labios de la emoción- me di cuenta de que era uno de los más bellos que había visto en mi vida. Hasta le pedí a la luna que se arrimase un poquito para poder mirarla bien. Supe entonces que me hubiese enamorado perdidamente de Sadie si no fuese Sadie. Hasta el universo nos dio su bendición porque paró la lluvia, y ya estaba listo el toldo para la venta de garage de Sadie.

-Carlos, lo hicimos -dijo mirándome con sus ojazos celestes y emocionados como campeona de Wimbledon.

-¡Lo hicimos! -grité a los demás- ¿ya ven? ¡no somos tan inútiles como pensábamos!

Riley recuperó entonces la mirada de rabia de cuando le recordaba a Sadie que era una puta. Jamás olvidaré la manera en que contrajo el rostro y volteó mostrándonos los dientes como una rata acorralada. Yo vi el terror en los ojos de Wyatt, a quien compadecí en ese momento, pues supe reconocer en sus ojos el horror de quien tiene que vivir con una mujer explosiva.

-¡Miren lo que han hecho, tanda de imbéciles!- gritó escupiendo saliva y señalándonos la escalera de mano. La mano le temblaba y un hilo de baba le quedó colgando del labio inferior.

Todos nos miramos confundidos. El toldo parecía perfecto. (¿?)

Riley entonces explotó y sus gritos atravesaron la tempestad como un trueno:

-¡Ese tubo de mierda lo han metido por entre la escalera! ¡estúpidos! ¡babosos! ¡tarados! ¿acaso no tienen cerebro? ¿ahora cómo mierda van a sacar esa escalera de ahí? ¡cojudos! ¡retrasados! ¡animales! ¡bájense de ahí, carajo, y déjenme a mí sola!

Obedecimos inmediatamente y Riley, toda pequeñita, se encaramó en la escalera con aquella agilidad felina que solo confiere la rabia. Parecía que volaba. Mientras mirábamos asombrados como ella sola desarmaba y rearmaba todo en cuestión de minutos, pude ver el orgullo en el rostro de Wyatt. “Es hermosa”, atinó a decir. Se había puesto los lentes rotos y era la suya una mirada inconfundible: la amaba hasta el tuétano.

Ya de vuelta en el hotel, Riley me explicó con rostro muy serio por qué era tan importante para todos la venta de garage de Sadie:

-Sadie no trabaja. ¿En qué chucha va a trabajar esa puta si no sabe hacer ni mierda? Está dejando la heroína pero no es fácil, yo lo sé muy bien porque mi Wyatt pasó por lo mismo. La metadona le hace mal, así que su papá le ha conseguido unos inhibidores que los tomas y hacen que la heroína no te haga efecto. Pero ahora no tiene nada. Es que tú no la has visto, Carlos, cuando le falta su dosis.
-¿Se pone mal?
-Se pone como loca -dijo en voz bien bajita como si alguien pudiese escucharnos, pero más aun como temerosa de decir algo remotamente ofensivo en contra de su mejor amiga. (Sí. Quién entiende a esos blancos de mierda).

-Por eso queremos que tenga algo de plata este mes. Mira, mi vieja hizo dos mil dólares en su venta de garage en agosto y con eso pudo comprarse el carro. Wyatt dice que Sadie puede hacer fácil unos mil, pero como es Sadie, seguro va a terminar regalando o perdiendo la mitad. O sea, son quinientos dólares, Carlos, que es bastante para comprar algo de heroína hasta que su papá vea qué hacer con ella.