Hoy martes veintisiete de agosto
acabamos de quitar el último
plafón antiguo de los techos
(no combinaban con tu amor
adolescente
por el rosa pálido)
esas cúpulas de vidrio burbuja
infladas con la boca
que tú llamas arañas
bocarriba son melones que me irradian
cuando estoy solo en la cama
rojos centella en pánico
por todo el cuerpo
(y es más potente cuando saben
que no estás cerca)
Acabamos nuevamente
de tender ropa lavada sobre el árbol
(siempre una rama generosa nos estira
sus dedos
y así no tenemos
que levantarnos)
La rutina quiere
volverse escama
quiere secarse y arrastrarme hacia su pozo
de arena
pero tu carne
fresca
sana siempre esta malaria
te toco y vuelvo a la placenta
a los ardores
que me hinchan las venas
tú fuiste
siempre mi fruta
entusiasta con la brocha y el martillo
y cada despertar de bocas agrias somos otros:
los indoloros
del espejo
(En nuestras fotos somos tan Hollywood
que nadie sospecharía nada)
Ni las arañas nuevas
ni el martillo
ni la ropa
son capaces de calmarnos
las hormigas bajo el hueso
las úlceras
ni los dientes destemplados
toda aquella azul labor de obrero
no es más un calco de lo que hacen los otros
los vecinos
los extraños
aquellos que nuestros padres
nos pedían que fuéramos
Por eso
nos dedicamos
a montarnos y escalarnos hacia adentro
tanta fricción en los cuerpos
hasta hacer arder las cáscaras
carne viva en llamaradas entre el arco
de las piernas
y el oler a entraña roja
(y la sangre y la saliva y otra dosis
de aceite
y de vuelta
a la semilla)
A veces
incluso hoy martes veintisiete de agosto
encuentro cierto alivio
en dejar todo abandonado
sobre una silla
y ya no quiero que te esfuerces
y no quiero algún día aburrirte
y no quiero escucharme ni leerme
a mí mismo mañana
y ya no quiero
sobre todo
conocerme a mí mismo
porque jamás
ha sido un gusto.