EN LOS PUEBLOS de hielo blanco
y el temido hielo negro que rompe brazos y causa férulas
allá en Alaska donde días
y noches de seis meses soplan segundos aires
de oscuro atleta
a mis insomnios que en el sur parecían incurables
conocí las manos cálidas
enguantadas
y la desfachatez de pescadores
restoranes de casa a mitad de carretera
donde se sirve con amor sopa de pollo
pastel de fresas
y se malcría a los nietos
bajo retratos de pálidos ancestros
lords en atuendos de vaquero
en la repisa donde un par de nativos alasqueños
-no confudir jamás con nativoamericanos-
colocan sus mandíbulas y orgullos de ojos muertos
entre los escudos de los clubes de motos
they all one or ninety-nine percenters
y enmascarados en sonrisas de esos nietos
muy muy malcriados
que impunes lanzan fichas de ajedrez y frascos de sal
por sobre las cabezas de barbudos comensales
y rubias plácidamente
enternecidas
que sonríen en sus labios humectados de rainforest
CAMINÉ HACIA la jovencita
con el rostro más bello de los hielos y la tierra y los desiertos
pero al girar noté en su espalda
tatuaje de cuerpo entero con molinos anclas y cangrejos
supe entonces que no solo
era Hielo quien la moldeaba en porcelana
sino también el sucumbir a la esculpida de la carne
tinta en cicatrices coloridas
que no toqué jamás pero adivino
nada placenteras al tacto
LA PÓLVORA el casquilo las balas y el calibre
que aprendí a arrojar en dardos
esos domingos de iglesia pesca y parrilla
los blancos en círculos y latas de Dr. Pepper
fueron comiéndose a abrazos
mi médula curtida
por una América Latina ya lejana
y aun sangrante en mis terrores de mestizo precavido
una región que nos tuerce las conciencias
no confiar en la propia sombra
el uso necesario de la paranoia
supervivencia
MI PRIMER contacto arriba
cerca de Bering
entre besos y helicópteros
dientes enormes de grandes bienvenidas
labios que la palidez del rostro teñían de rojo
sin un pincel ni un lápiz
la posada cinco estrellas para el nuevo
extraño de tez oscura
que llegaba de algún país impronunciable
de Sudamérica
y hablaba con otro acento
-¿eres árabe irakí musulmán
o de alguno de esos países?
-soy peruano
-¿donde queda Peruano?
FUI SENSACIÓN sin hablar mucho
ni moverme
sin dejar la habitación donde un Dream Matress
y el silencio del Polo que calaba mi presueño
se hicieron casa grande
-toma mis llaves llévate mi auto
conoce el río y el museo y dile hi a Connie
de mi parte
vente a vivir aquí trae a tu hijita
ella lo tendrá todo
acá los niños se divierten como locos
le contesté
-mi hija ya está loca
y aunque Alaska es ya mi patria
esta tierra este hielo
no es lugar para que un niño crezca
NO PARECIERON entenderlo desde el púlpito
con inmensos dientes de cristianos enfundados
en fusiles de asalto y versículos azules y versículos blancos
jamás importó entonces
acuerdo y desacuerdo para amarte
botín de algún jardín ganado a la tundra
donde estalló el petróleo al poner Seward
su bota derecha
desafiando a Dios y venciendo como nunca antes el hombre
había doblado el brazo de Goliat
a punta de nobleza y endogamia
y el espíritu
de un Texas entre Rusia y Canadá donde en dos patas
caemos quienes no tenemos casa
tras haber quemado los puentes
capaces de sacarnos de aquel páramo rainforest
aquí alces y glaciales sincronizan sus arrullos
donde nadie puede verlos
y no hay cámaras
Y CONTRA TODO principio y Génesis
te sigo amando
en el recuerdo de mis pestañas congeladas
y en esas tardes
acomodándome en la cama como un feral cat
frazada mía como en carne
mía como enormes dientes
en el rincón donde los puentes de Virgilio
se derriten cara a cara con el iceberg
y yo te extraño en la fatiga y en los dulces
así como en los pinos
con sus copas de bandera blanca
la laguna congelada donde
aprendí a patinar en hielo
y donde como púberes extáticos
saltamos duro para romper la superficie
apenas vimos el cartel de "Hielo quebradizo"
EN CADA pueblo congelado
donde mis fluídos nasales se hacían cristal
donde los farenheits expían los centígrados pasados
ralentizan cualquier mente desbocada
y cuando los seis meses sin luna
y cuando los seis meses sin sol
alameda
balas
risas
el olor de alguna ofrenda de comida
que algún samaritano de enormes dientes pone en mi mesa
se repite el
-bienvenido a Alaska
vas a volver y volver nuevamente
hasta que el largo viaje y estos
amaneceres semestrales
no te dejen en la mente ni aquí -se toca el pecho-
una sola razón para dejarnos.