martes, 7 de noviembre de 2017

Hechos



Adonde miremos, la fiebre en crucetas arroja sirenas de pasto, papel o cemento. Hechos a mano, artefactos que se vuelven siniestros a la luz y a los filtros nos recuerdan esto: soy belleza, soy estética.

Una vez que en la prisión del cráneo se asientan los estímulos visuales, ya no existen más los giros en cientochenta. Los cauces de ambos ojos han sido fijados en el túnel hacia la represa: hay que bucear desnudos lecho submarino adentro. Estemos o no en el océano-océano, nos sentiremos en él. Yo lo prometo.

Y como cemento, papel y pasto arremolinan pareidolias en cada enfoque, al cemento admiraremos. Al papel contemplaremos estupefactos. Al pasto volverán nuestras zancadas -cámara en mano con pies en el agua- cada vez que algún verde desollado manifieste su deseo.

Estival, genital y cuajada en grumos -sobrestimulando los receptores que en nuestros cuerpos se abren- la construcción puberta que llamamos campo visual pretende escapar al mismo tiempo que nos cubre en la gran cúpula. Indecisión dominante la de aquella esfera: diríase lo mismo de un amante convertido -a fuerza de tiempo y sangre- en parte misma del propio cuerpo.

Campo visual que trae consigo ardores altos con erupción de saliva durante el sueño, contracción muscular, párpados untados en lagañas. Y una mañana tan próxima como tirana, definitiva en sus horas -siempre pequeñas- y en sus alarmas.