Olivares que se elevaban, a mí se me hacían altos como los gigantes de los dibujos animados. Al reventar las ondas de la laguna, esa piedrecita que lanzamos se hundía para jamás volver a su montículo expuesto a los aires. Habría de permanecer en agua, sorteando impasible aquel elemento nuevo (sólo percibido antes en forma de gotitas). ¿Se adaptará a su estado irrevocable de mineral bajo el agua? A gusto con su porvenir acuático o no, a nadie le importa mucho lo que pueda sentir una piedra.